«La nueva sociedad había sido formada un año antes, a partir de la adquisición de los activos operacionales de la quebrada Cooperativa Sodimac, por parte de DERSA. Disponía de 3 meses para presentar una propuesta de identificadores gráficos y un manual de uso de dichos elementos, para aplicaciones publicitarias y en locales de venta. 

Con un equipo de 3 personas, trabajamos innumerables horas ante tableros armados con reglas “T”, rapidographs y tinta china, combinando el dibujar con la redacción de la estrategia de la marca junto a los más altos ejecutivos de la empresa, con quienes íbamos definiendo los lineamientos comerciales a cuyo servicio estaría la nueva imagen. Pero, se nos acababa el tiempo para entregar nuestra propuesta y mientras miraba y volvía a mirar nuestro trabajo, no podía evitar una profunda insatisfacción con respecto a la calidad del trabajo.  La sentía débil, plana e incapaz de proyectar el carácter y los rasgos de personalidad que nos habíamos propuesto dar a la criatura que se nos había encomendado. La versión moderna de la antigua “SOciedad de DIstribución de MAteriales de la Construcción”, debía ser capaz de proyectar su propuesta de valor a un público tanto femenino como masculino, apelando simultáneamente a la dimensión racional y a la emocionalidad de ambos géneros. Con gran visión, quienes habían asumido la conducción de un nuevo SODIMAC, ya trabajaban en el desarrollo de dos formatos de tienda: Uno orientado a los profesionales de la construcción, en la tradición de las ferreterías, y otro orientado al mejoramiento del hogar, que terminaría siendo conocido como HOMECENTER y que tendría como público objetivo central, a la dueña de casa.

A tres días de la presentación al directorio, trabajábamos arduamente en afinar un par de opciones para el nuevo logo y sus aplicaciones, pero, de cara a nuestras propuestas, algo me decía que lo que teníamos entre manos no estaba a la altura del desafío.

Y de pronto, ¡bingo! La imagen impresa de un objeto que había estado junto a mí por años, se me reveló con una intensidad y significado nuevo e imposible de ignorar.  Pegada en la pared de mi lugar de trabajo, conservaba una postal de la “Red and Blue,” la silla diseñada por Gerrit Rietveld en 1918. Ese objeto de culto, inspirado en las pinturas de Mondrian, me había marcado profundamente en mis tiempos de trabajo en Milán en el estudio del gran Mario Bellini.  En su momento, me hubiese gustado haber podido comprármela y traerla a Chile, pero mi realidad económica de la época no lo permitió.  Tuve que conformarme con comprarme una “cartolina,” esto es, una postal con la foto de la silla y fue esa la imagen que me acompañó por años.  Verla por enésima vez, pero con ojos obsesionados por crear un diseño importante y duradero para SODIMAC, me hizo comprender de manera instantánea, que ahí estaba el germen de la solución que tanto había buscado». 

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